Jordi Sierra i Fabra
Siruela, 145 pags.
Un año antes de su muerte, Franz Kafka, paseando por el parque Steglitz, en Berlín, encontró a una niña que lloraba desconsolada: había perdido su muñeca. Para calmar a la pequeña se inventó una peculiar historia: la muñeca no se había perdido, se había ido de viaje, y él, convertido en cartero de muñecas, tenía una carta que le llevaría al día siguiente al parque.
Aquella noche Franz escribió la primera de las muchas cartas que, durante tres semanas, entregó a la niña puntualmente, narrando las peripecias de la extraordinaria muñeca desde todos los rincones del mundo. Según cuenta Dora Dymant, su compañera en aquellos días, el estado febril con el que Kafka escribía esas cartas era comparable al de cualquiera de sus inmortales obras.